Pedro Echeverría V.
1. Desde hace algunos años se ha incrementado en México un tipo de Estado represor o policiaco que en nombre de la Constitución y la “seguridad nacional” interviene teléfonos, detiene y catea a personas en las calles, otorga altos salarios al ejército, destruye plantones y organizaciones de protesta, revisa mochilas o bolsos a jóvenes por su apariencia y de niños al entrar a sus escuelas, llena las calles con policías y soldados, establece Estado de sitio donde realiza cumbres políticas, etcétera. Muchos le llaman Estado despótico, otros neofascista, los más, simplemente fascista. Aunque México no es la Italia mussoliniana de los veinte, la Alemania hitleriana de los treinta o la España franquista de los cuarenta, se repiten estilos de gobierno que recuerdan las grandes represiones contra el pueblo en aquellos países. Mientras definimos, luchamos contra la represión.2. México ha sido un país difícil de entender políticamente. Vargas Llosa con una ocurrencia pareció decir una verdad: “México es la dictadura perfecta”. Pero este personaje no es un estudioso de la política, sino sólo un buen novelista. Sin embargo politólogos como Maurice Duverguer confesaron alguna vez que México era muy difícil de entender. Al parecer por los cambios históricos que había sufrido y la permanencia de un mismo partido en el poder durante varias décadas, mismo que mediante una especie de “dictablanda” ejercía mucho control de las masas. La realidad es que la Revolución Mexicana fue usufructuada por una pequeña burguesía que se transformó en burguesía que se encargó de “educar” y legislar para la clase obrera y para los mismos empresarios y las demás medidas fueron tomadas desde el poder. ¿Un Estado neutral?
3. Porfirio Díaz estableció en México (1876-1911) un estilo de dictadura personal. Usó dos métodos para someter a sus enemigos: comprarlos con dinero, regalos y fiestas (“maicearlos”) o lanzarles la represión brutal (“mátalos en caliente” y “Ley Fuga”) A los intelectuales y profesionistas “críticos” los dominaba ofreciéndoles subsidios, viajes y vinos y a los campesinos, obreros e intelectuales íntegros como Flores Magón, que luchaban en campos y fábricas, simplemente los mandaba a la cárcel o los asesinaba. Pero Díaz celebraba elecciones cada cuatro años, se creaba una oposición leal (Zúñiga y Miranda) y actuaba de acuerdo a la Constitución vigente, la de 1857, para legitimar su gobierno. Un siglo después México es otra cosa en edificios, número de habitantes, etcétera, pero la desigualdad económica, política y social, se mantiene intacta.
4. Con el derrocamiento de Díaz y el triunfo de la Revolución (1911-1917) cambiaron indudablemente muchas cosas. En primer lugar el sistema semifeudal dominante se transformó en sistema capitalista, las tiendas de raya y la servidumbre por deudas fueron sustituidas por la libre contratación y el salariado. Sin embargo, aunque se decretó una nueva Constitución (1917) y se buscó su funcionamiento tratando de imitar a la democracia yanqui o europea, el modelo dictatorial de Díaz –legitimado por la Constitución el 57- siguió siendo un modelo para los gobiernos priístas (el sagrado “principio de autoridad”) combinado con la llamada democracia moderna. Fue entonces, a partir de los veinte, cuando comenzó a instalarse la “participación de las masas” controlada por el Estado, misma que daría paso al corporativismo. Un modelo político indescifrable en el mundo.
5. De este modelo que llegó a bautizarse como “nacionalismo revolucionario”, que el cardenismo en los treinta, el lópezmateísmo en los sesenta y el echeverrismo en los setenta llevaron hasta sus últimas consecuencias -sexenios en los que se llamaban a la participación de las masas pero controladas por sus organizaciones- a partir de la década de los ochenta, se registró un enorme cambio. El entonces candidato oficial a la Presidencia, Miguel de la Madrid, lo dijo en una frase: “hay que devolverle a la sociedad lo que el Estado le ha quitado”. Al decir “sociedad” De la Madrid estaba diciendo iniciativa privada. Fue así cómo desde diciembre de 1982 que tomó posesión inició de manera abierta la privatización de la economía, comenzando por las llamadas empresas paraestatales, los bancos y todo aquello que “beneficie a la sociedad”.
6. Al parecer, López Obrador hubiera regresado en parte a ese modelo nacionalista –Cárdenas. López Mateos, Echeverría- pero ubicándolo dentro del contexto que se ha llamado la globalización capitalista. En la izquierda no partidaria, no electoral, estaríamos presionándolo para evitar más arreglos con el TLC y el PPP, obligándolo a no aceptar el ALCA y exigiéndole que se acerque a los gobiernos del Mercosur. Muchos empresarios se hubieran subordinado a su política, pero los más poderosos por el contrario –apoyados por el panismo, televisa y TV Azteca- estuvieran gritando para que el gobierno de Bush intervenga a su favor en México. Esta diferencia de mejores condiciones para lograr espacios que permitan avanzar el la lucha social, es la que algunos no entendieron o no quisieron comprender, resultando igual para ellos, uno que otro.
7. En los próximos meses y años en vez de enfrentarnos a un Estado “populista” lo tendremos que hacer frente un Estado ¿neofascista? A parecer no hay bronca pero, ¿Cuántos años suelen perderse por políticas o estrategias equivocadas? Pareciera que entre las organizaciones de izquierda en vez de realmente interesar los problemas de los explotados y los pobres interesan los asuntos del aparato político, de los líderes y caudillos. Y no es que haya que buscar la unidad a toda costa, con cualquiera o a como dé lugar, aunque lleve al peor oportunismo, pero en cada momento y circunstancia debemos aprender a ubicar al enemigo principal y a los mejores y posibles aliados. En la lucha del proletariado contra la burguesía parece no haber términos medios, pero en la batalla más complicada, no bien definida aún, hay que ser más inteligente para aprovechar coyunturas en beneficio de los explotados.
.8. Entre tanto los “enemigos del populismo y la burguesía en su conjunto” nos pasamos quejando de que esa misma burguesía nos reprime y no nos permite avanzar, pero no queremos reconocer que para derrotarla necesitamos ser mucho más inteligentes que ella en todo, de manera particular en convencer a las masas de que tenemos la razón. Quejarse de manera continua de que la burguesía defiende sus propios intereses económicos, políticos, jurídicos, resulta no solo iluso sino hasta vergonzoso. Da la impresión de que le pedimos que no se defienda, que no acuda a sus leyes, a sus jueces, a las instituciones que ella misma creó para operar en contra del pueblo o para defenderse de él. La Constitución burguesa mexicana autoriza al presidente a usar al ejército, a la policía, a los tribunales cuando se viola la propiedad privada o el llamado Estado de derecho.
9. Es indiscutible que se registró un cambio radical en México en la década de los ochenta. Muñoz Ledo fue uno de los primeros en anunciarlo al decir que el sexenio de De la Madrid (1982-88) no era un simple cambio de gobierno sino cambio de modelo. Después Ángel Gurría declaró que el modelo económico que se iniciaba en 1982 duraría 25 años. Castillo Peraza repitió muchas veces que aceptaba el PRI de Salinas y rechazaba al PRI de los setenta. No podría haber duda para la izquierda que en los setenta y después operaban regímenes burgueses que gobernaban para consolidar el capitalismo; sin embargo ese análisis resultó extremadamente insuficiente y sectario. De ninguna manera se debió hacer alianzas con los amigos del enemigo principal, pero sí se debió comprender el radical cambio político y coyuntural para lograr avanzar.
pedroe@cablered.net.mx
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